Conexión Amazonas

Conexión Amazonas

Conexión Amazonas
Imagen extraída de: http://bit.ly/2mTJvud

 

Es normal que en momentos de la vida nos sintamos tan agotadas que nada nos provoca y entre el abanico de soluciones la única que nos podría alivianar ese peso es morir y volver a nacer. Y como esa no es posible empezamos a buscar salidas que sí estén a nuestro corto o largo alcance. Pero ir a cine nos da pereza, salir de rumba nos golpea y comer con las amigas tan solo es un paño de agua tibia. Entonces añoramos unas vacaciones pero quedarnos en la casa puede ser aburrido y salir de paseo agotador. Sí, así somos las mujeres. Entonces o buscas un equilibrio para satisfacer todos tus caprichos y necesidades o mueres – y como ya lo dijimos la segunda no es una opción tan lúcida-.

 

Algún día, en una conversación oficinista de esas que surgen a la hora del café, le conté a una compañera sobre mi cansancio mental, ella abrió los ojos y dijo con toda la seguridad del caso, “ah no mija, usted lo que necesita es vacaciones. Váyase para El Amazonas y vuelve como nueva”, con la convicción de cualquier experta en salud mental o en turismo. Y no era ninguna de las dos pero la recomendación no pudo haber sido más acertada, quería un lugar que me brindara paz y energías, había pensando también en regresar a Boyacá (Lea también: El sueño colombiano).

 

Llegué un lunes de cualquier noviembre con 5% de batería y no precisamente en el celular sino en la cabeza, el calor y la humedad se aliaron para agobiarme y para hacerme cuestionar qué carajos estaba haciendo ahí pero afortunadamente la noche cayó primero que yo y con ella el sofoco. Hay que tener en cuenta que para disfrutar un viaje de estos vale más lo actitudinal que lo que te presente el lugar, y eso me lo mentalicé cuando el primer zancudo me dio la bienvenida con una roncha casi del tamaño de Leticia, si estás mentalizado vas a disfrutar de cualquier cosa, incluso de una picadura de zancudo.

 

Cuando caí en cuenta estaba rodeada de selva, de verde claro, oscuro, fosforescente, limón y múltiples tonalidades más. De un imponente río que pasaba casi por mi nariz, tan feroz como apacible, tan hermoso como iracundo, igual a nosotras las mujeres. De animales que se paseaban como niños a las largas y a las anchas de ese lugar, su casa,  sin restricción alguna, como debe ser en todas partes pero solo es en algunas. Tanta majestuosidad parecía inverosímil.

 

Y todo eso empezó a llenar la barra de mi batería, a despejar mi mente y a recargar mi alma. Hay muchas actividades por hacer pero el solo hecho de estar ahí ya valía la pena. Aunque una cosa sí tenía clara desde el principio, además de relajarme quería visitar una tribu indígena y esa fue otra de las experiencias bonitas del viaje. La Comunidad Indígena Yagua nos abrió la puerta de su resguardo pero también la de su corazón, habitan en varios puntos del Amazonas pero se extienden hasta Perú donde hay un gran número. Quizás no lo sepan pero transmiten una sabiduría que no puede explicarse con palabras porque se siente en el corazón. Son cazadores por excelencia de esos que uno cree que solo ve en películas, utilizan con gran destreza flechas, arcos y cerbatanas.

 

A esta experiencia la llamé “Conexión Amazonas” por todo lo que significó para mí, porque no solo me conecté con el lugar sino también con el cielo rojizo, con el río más largo y caudaloso del mundo, con los peces que saltaban, con los árboles que terminaban en el cielo, con los indígenas ancestrales y lo más importante conmigo misma.

 

El Amazonas no es tan valioso por lo que es sino por lo que tiene y por lo que brinda. Quizás algún día vuelva con un plan más dinámico; a caminar, a recorrer ríos y a practicar deportes. Este fue más tranquilo pero logré el objetivo: recargarme. Le agradezco a la vida por esta experiencia, por este inolvidable viaje que partió desde un pocillo de tinto en la oficina.

 

 

 

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