Cuando nos hablan de viajar todos nos imaginamos montados en un avión cruzando el océano y conociendo las maravillas del mundo. Soñamos con tomarnos una foto en la Torre Eiffel, en un palacio de Inglaterra o en una paradisíaca playa de agua cristalina de Italia de esas que tanto se ven en Facebook. Todos quisiéramos recorrer Europa porque nos lo vendieron como el epicentro del turismo mundial y no está mal porque quizás lo sea. Entonces además del sueño americano nos crearon el sueño europeo.
Mientras esperaba que la vida me diera la oportunidad de cumplir alguno de estos dos sueños, en los que parece que fuera a seguir durmiendo, surgió una oportunidad de esas que uno ni busca ni espera pero que cuando caen uno agarra sin pensar. Un viaje familiar me llevaría a Boyacá, un destino al que nunca se me habría ocurrido ir por iniciativa propia. En primer momento, con todo el desconocimiento del caso, el destino no suena como el más atractivo pero era una oportunidad para descubrir por mis propios medios si estaba equivocada o si en efecto era un lugar aburrido. Pensé que viajar es descubrir y descubrirse en los peores y en los mejores momentos.
Sin pretensiones ni planes empecé a vivir el sueño colombiano, con los ojos bien abiertos y los sentidos bien agudos. Desde la carretera, a través de una ventanilla que se convirtió en un proyector HD, ya iba maravillada con las hermosas planicies tapizadas en cultivos de cebolla y pasto verde. Con las modestas casas que expulsaban humo grisáceo por su chimenea. con las vacas que se preparaban para dar leche mientras revoloteaban su cola. Por los lugareños de sombrero pequeño, ruana cual armadura, botas pantaneras y mirada cristalina.
Imagen extraída de: http://bit.ly/2jmdpWa
Paipa, Tibasosa, Nobsa, Iza, Sogamoso y Monguí, la tierra de los balones, están cargadas de historia, en sus construcciones coloniales, en sus empedradas calles, en cada rincón donde españoles y colombianos se disputaron a muerte la independencia. Y, a pesar de haber pasado cientos de años, en el ambiente se puede escuchar los gritos jubilosos de una guerra que nos permitió ser libres, se puede sentir el aire de victoria como si la batalla se hubiera ganado el día anterior. Y ni qué decir de la hermosa y romántica Villa de Leyva, un lugar de esos que uno quiere ir pero no se quiere devolver o de la colorida Ráquira en donde uno no sabe si quiere llevarse todas las artesanía o el pueblo entero.
La gente de Boyacá es tan amable como cariñosa, su cara y sus manos son reflejo de una raza trabajadora y humilde, de campesinos, artesanos y personas que enaltecen día a día el nombre de esta modesta región de la que se habla solo cuando alguno los ciclistas hijos de esta tierra se destacan en las montañas europeas ascendiendo como el viento.
Para las que aman puebliar en Boyacá se van a sentir en un paraíso. Algunos atractivos turísticos no mencionados pero recomendados:
- Monumento a los Lanceros del Pantano de Vargas
- Puente de Boyacá
- Laguna de La Tota
- Parque Nacional Natural El Cocuy
- Playa Blanca – Lago de Tota.
Aún no valoramos lo que tenemos en Colombia en materia turística. Hay muchos destinos hermosos por conocer. Es nuestro país, nuestro paisaje, nuestras riquezas y vale la pena explorarlas. Más adelante hablaremos de otros destinos nacionales a los que vale la pena viajar.