Una de las sensaciones más difíciles y dolorosas que experimenta el ser humano es la de ver partir a alguien y no es un secreto que las mujeres somos más emocionales, lo que hace que nos aferremos con más fuerza a personas, a lugares, a recuerdos y ¡hasta a ropa!
Las madres lloran cuando un hijo se casa, las amigas cuando parten y las parejas cuando rompen. Una lágrima de angustia va seguida por otra de ilusión que muy en el fondo, o muy por encima, guardan la esperanza de que lo que se fue va a volver en algún momento. Y es ahí donde se comete el primer error, uno no puede dejar ir algo o a alguien esperando que vuelva porque lo único que hace es prolongar el sufrimiento y, por el contrario, quien toma la decisión de soltar lo hace buscando alivio.
Dejar ir es un paso difícil de dar porque sufrimos apego por naturaleza, porque muchas veces nos acostumbramos a estar con una persona así sean muchas más las penas que las glorias porque está demostrado científicamente que el hombre (ser humano) es un animal de costumbres. Y acá viene el segundo error, no se puede estar con alguien por costumbre, ni por miedo a estar sola, ni por egoísmo; la costumbre es tan dañina para la relación como para ti misma.
Dejar ir es un acto de fortaleza porque significa que tuvimos la capacidad de aceptar que algo no pudo ser y no todos los seres humanos somos capaces de reconocerlo porque sentimos que fracasamos y si en algo nos parecemos las personas es en que todas le huimos despavoridos al fracaso. Los fracasos obligan a cambiar, los cambios dejan aprendizajes y los aprendizajes oportunidad de reinventarnos. Nadie quisiera fracasar pero sin duda es un proceso de crecimiento personal enorme, a veces necesario para madurar y aprender.
Dejar ir es darse la oportunidad de encontrar mejores vientos, de ser libre y de ser feliz. Soltar a lo que nos hemos aferrado duele, pero podría doler más si no lo hacemos, así que hay que pensar en el presente pero sin perder de vista el futuro. La tranquilidad y la paz mental es el estado de plenitud más grande que alcanza una persona y allí solo llegan quienes saben dejar ir porque el que amarra al otro se ahoga a sí mismo.